José Martí fue un pensador, escritor, periodista, poeta cubano del Siglo XIX y autor de este poema:
“Cultivo una rosa blanca
En Junio como en Enero
Para el amigo sincero,
Que me da su mano franca,
Y para el cruel que me arranca
El corazón con que vivo
Cardo ni ortiga cultivo:
cultivo una rosa blanca”
Martí predicó la guerra sin odio aunque haya sido un revolucionario.
Muchos otros han sido capaces de hacer lo mismo, al reclamar sus derechos sin violencia.
La sociedad está sin una brújula para guiarse en su comportamiento cotidiano, pues viola reglas de convivencia.
Algo tan común en estos días es la devolución violenta a quien provocó algún daño, y en consecuencia, quien fue víctima, responde en defensa propia al mismo nivel.
Pero, ¿cuál puede ser el modo más apropiado de responder ante estas situaciones?
Si nos remitimos a la conducta que nos enseña el cristianismo, hay un camino por donde sentirnos seguros sin dañar a los demás.
Ese camino es el Sermón del Monte, anunciado por Jesús, gran conocedor de las actitudes y debilidades del ser humano.
El dijo: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.
Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Oísteis que fue dicho: amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen…”
“Volver la otra mejilla”, entiendo, que es demostrar el perdón y dejar que nuestro Padre, Dios, haga justicia y nadie quede impune.
Llegó a mis manos una carta de Albert Einstein dirigida a su hija.
A finales de los años 80, Lieserl, la hija del célebre genio, donó a la Universidad Hebrea 1.400 cartas escritas por Eintein, con la orden de no difundir su contenido hasta dos décadas después de su muerte.
Einstein le escribe a Lieserl: “Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras. Esta fuerza universal es el AMOR.
El Amor es Luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El Amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras.
El Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El Amor es Dios y Dios es Amor.
Quizás aún no estemos preparados para fabricar una bomba de amor, un artefacto lo bastante potente para destruir todo el odio, el egoísmo y la avaricia que asolan el planeta.
Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, comprobaremos que el Amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede…”
Días atrás me enteré cómo este Amor universal opera sin egoísmo.
En la misma manzana donde se encuentra ubicada la Iglesia de la Ciencia Cristiana, en Quilmes (Prov. Buenos Aires), el 29 de agosto de este año, se desató un incendio en una editorial lindera. Estaban los operarios colocando una membrana en el techo cuando tomó fuego una garrafa de gas y explotó.
Al ver la magnitud del fuego que se propagaba rápidamente, los vecinos de la zona llamaron a una dotación de bomberos quienes asistieron inmediatamente, pues la iglesia se encontraba cerrada.
Estos mismos vecinos, cuidando de ella, evitaron que rompieran vidrios y paredes de la misma, cuando los bomberos intentaban pasar al local del incendio.
Luego de unas horas, varias dotaciones lograron sofocar el fuego, sin que ningún daño padeciera el edificio de la iglesia, ni la editorial.
Habiendo abundancia de papel y otros elementos inflamables, no sufrieron consecuencias. Esto incluyó a cada una de las personas que se encontraban haciendo el trabajo de refacción; tampoco los bomberos experimentaron lesiones.
Al día siguiente sus miembros agradecieron a esos vecinos que la habían cuidado y protegido, dándole el valor e importancia que tiene la Iglesia para esa comunidad.
Basados en el Amor universal unido a la oración de cada uno, podemos extender lazos de perdón y curación hacia los integrantes de una sociedad para que sientan el toque renovador que libera y redime.
Todavía estamos a tiempo de cultivar muchas “rosas blancas”.
Por Elizabeth Santángelo
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